Una vez, hace mucho tiempo, surgió una nueva estrella en el universo. Alrededor de esta estrella había un enorme disco giratorio de gas y polvo. Este disco se llamaba disco de acreción protoplanetario.
Dentro de este disco, las pequeñas partículas de polvo se unían unas a otras, como si fueran migas de pan siendo unidas por un poco de agua. A medida que se unían, se hacían más y más grandes. Estas grandes bolas de polvo se llamaban planetésimales.
Los planetésimales eran como los niños que corren en el patio del recreo. Corrían y chocaban entre sí. A veces, después de una colisión, se unían y formaban una bola aún más grande. Esto se repitió una y otra vez. Durante millones de años, los planetésimales se unieron y crecieron, hasta que se convirtieron en gigantescos planetas como los que vemos hoy en día.
Estos planetas, a su vez, comenzaron a orbitar alrededor de la estrella en el centro del sistema, como los niños corriendo alrededor de un carrusel. Se movían en círculos, girando alrededor de la estrella, recorriendo las órbitas como si fueran los rieles de un carrusel que se extienden hacia el infinito.
El proceso de unión de estos planetésimales se llama acreción, y puede tardar millones de años en completarse. Pero al final, la acreción dio forma a los planetas que ahora conocemos, desde el pequeño y rocoso Marte hasta el gigantesco Júpiter. Así, los planetas que vemos en el cielo nocturno fueron una vez solo pequeñas partículas de polvo que se unieron en el disco giratorio de gas y polvo que rodea a una estrella recién formada, haciendo de nuestro universo el lugar maravilloso y misterioso que es.
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